Podemos odiar a los demás desde la intimidad de nuestras ideas. Somos dueños de nuestros pensamientos y de nuestros silencios. Tenemos derecho a no declarar contra nosotros mismos y a acogernos a la Quinta Enmienda. Unos pensamos en palabras y otros en imágenes, al parecer. Pero todos nos refugiamos en ese hardware que es nuestro cerebro para criticar al jefe, matar dolorosamente a ese vecino que no paga las derramas, o desear a la mujer del prójimo. Mientras no lleves a efecto tus intenciones homicidas o violentas, estás protegido por la confidencialidad de tu mente. Y eso es muy poderoso. El pensamiento es tan potente que guía revoluciones, planifica opas hostiles, inventa realidades como los estados y las leyes, y desestabiliza la paz social. Hemos sido programados por las religiones para no tener pensamientos impuros, para capar nuestra imaginación no fuera a ser que la línea entre intención y acto fuera tan fina que nos la saltáramos en un Amén-Jesús.
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